miércoles, 23 de abril de 2014

El juego de los pies negros

“¡Pasalo, pasalo!, ¡solo, solo!, ¡haceme famoso!, ¡GOLAZO…!” eran los pregones del fútbol que declamaba con mis amigos en las calles de mi barrio en el municipio de San Carlos, sin camiseta, con los pies negros, el balón descuerado del amigo que vivía al frente de mi casa, las líneas de barro que demarcaban la cancha y, por supuesto, las piedras que hacían de portería.

Quizá suene loco, ya no es normal que un adulto se “tire esas gracias”, pero nada mejor que recordar los maravillosos momentos de la etapa más feliz de la vida, con mis amigos del barrio, ya gorditos y peludos, aquellos que fueron testigos de tantas risas, peleas, romances y travesuras. Con ellos quise aprovechar la recesión de Semana Santa para revivir, aunque sea por unos minutos, las emociones que brinda el fútbol callejero.

Vemos más angosta la cuadra, hay carros parqueados en toda la calle, por lo que se nos hace difícil encontrar un espacio para jugar, nos quitamos las camisetas, algunos los zapatos, buscamos piedras planas para armar las porterías mientras somos observados por los niños del barrio quienes se unen a la actividad. Ya todo está listo, hacemos el duelo “pico botella” para elegir quiénes harán parte de cada equipo, pero… he ahí el problema de siempre, el número de jugadores entre todos es impar, hay que dejar a uno por fuera y que entre “al gol”.

Comenzar el partido se hace difícil por la cantidad de carros que circulan por la calle en esta temporada, pero con todo y tantas dilaciones el partido arranca, el equipo perdedor paga la gaseosa. El primer balón al arco termina en la farola de un carro, suena el espantoso sonido de la alarma y con ella sale vecino por el balcón a reclamar: “¡qué pasa pues con el carrito, ya están viejos y me imagino que tendrán billetera!”. Entre carcajadas seguimos jugando, no tenemos ni idea del marcador del partido, pues ya pasamos de la docena de goles y perdimos la cuenta.

Otro de los balones termina en las nalgas de doña Blanca, creo que no es la primera vez que pasa, la señora amenaza con no devolvernos la pelota, pero después se ríe y la arroja con fuerza a uno de mis compañeros. El juego sigue en marcha, algunos se cansan y desisten, cuando pasa esto se recurre a la regla de “al gol gana”, vuelve la euforia y con ella las ansias del gol de la victoria, yo quería brillar y, eran tantas mis ganas de marcar, que el balón termina de nuevo golpeando el mismo carro, esta vez en el parabrisas, vuelve el sonido infernal de la alarma, lo cual indica que el partido ha terminado y, por tanto, debemos correr antes de que salga el señor a vaciar su chorro de insultos.

Entre eternas risotadas, agotados, sudados y con los pies embetunados de polvo nos despedimos, fue un empate con sabor a victoria y con la hermosa sensación de haber rememorado tantas anécdotas alrededor de una vieja pelota de cuero.


@mario_srz

jueves, 27 de febrero de 2014

La playa que se levanta sobre la quebrada

Otra vez en el centro, de nuevo en el corazón de la ciudad, este sector es casi que un paso obligatorio por el habitante común y corriente de Medellín que tiene como único fin cotidiano “hacer sus vueltas”; lo cual significa para mí un placer como de los pocos que tiene la vida: recorrerlo, conocerlo y admirarlo.

Esta vez me encuentro en la calle 52, conocida popularmente como avenida La Playa, al centro-oriente de Medellín, esta vía se extiende desde el Parque Simón Duque hasta el edificio Coltejer. Doy un leve recorrido por el nuevo Parque Bicentenario, para divisar la quebrada Santa Elena, fiel testigo de la violencia en la ciudad, por donde han bajado cientos de cadáveres desde los barrios más empinados del oriente. Curiosamente, mientras en mis audífonos escucho “Senderito de amor”, canción interpretada por Pedro Infante y conocida por ser el jingle de la película “La virgen de los sicarios” de Fernando Vallejo, contemplo el Museo Casa de la Memoria que se impone en el parque. Este museo, construido en forma de trapecio, fue levantado en honor a las víctimas del conflicto armado colombiano.

El parque Bicentenario es una construcción de arquitectura contemporánea que se inició en 2011, muy frecuentado por jóvenes de los barrios aledaños (Boston, Sucre, Caycedo, Buenos Aires). El ruido del caudal de la Santa Elena, la simpática mirada del monumento de Mahatma Gandhi, las risas de los muchachos y el olor de la marihuana acompañan mi trayecto hacia la carrera 38 donde se esconde la quebrada debajo de la avenida que voy a caminar.

Fuente Bachué, av La Playa.
Ahora me encuentro en el rompoy del Teatro Pablo Tobón Uribe que custodia la fuente Bachué. El teatro, que funciona desde 1967, tiene forma de caja de zapatos, no solo alberga personas que buscan deleite cultural, sino también los habitantes de la calle que se mueven a su alrededor. El olor de los orines acelera mi paso por la avenida hacia el Palacio de Bellas Artes que es vigilado por el monumento de Carlos E. Restrepo.

La Playa, antiguamente llamada avenida La República, es una calle doble carril, copiosamente arborizada, el paso peatonal es ataviado por adoquines rojos y por monumentos de presidentes, gobernadores, ingenieros, profesores, médicos, obispos, militares y otros personajes históricos e influyentes para el desarrollo de la ciudad y el departamento. Estas cabezas, que aparte de ser diariamente bañadas por las palomas, permiten encontrarme con la historia de la región.

El delirante aroma de las panaderías da apertura al fuerte movimiento comercial de la avenida que se halla después de la carrera 45-El Palo hasta la avenida Oriental. Frente a los hoteles lujosos, bibliotecas, los bancos, las discotecas y las diferentes sedes institucionales se empiezan a aglomerar los carritos de venta ambulantes. Ya huele a pollo y a empanada, el ruido se torna más fuerte, se escuchan los pregones del control remoto, los CDs, el salpicón, las gafas y las artesanías.


Casa de la Lectura Infantil, av La Playa.
Aquí, en la estrecha calle Junín finaliza mi recorrido por esta "playa" de cemento, llena de recuerdos, de construcciones del siglo 19, aún conservadas, como la de la Casa de la Lectura Infantil, de edificaciones portentosas como el edificio Vicente Uribe Rendón y el imponente Coltejer, con sus 36 pisos y 147 metros de altura, levantado sobre las "ruinas" del extinto Teatro Junín, en donde sus asistentes deliraron con presentaciones de Bertha Zingermann, la Orquesta Típica de Tokio y hasta Charles Chaplin. Esta "playa", sin mar, sin arena, en la que una quebrada se esconde silenciosamente bajo la urbe de Medellín.


@mario_srz

domingo, 9 de febrero de 2014

Un pequeño recorrido por Belén

Foto: http://parquedebelen.blogspot.com/
La ruta inicia en el parque de Belén, Comuna 16 de Medellín, punto referencial de este tradicional barrio de la ciudad.  En la zona se impone el templo de la parroquia Nuestra Señora de Belén, alrededor se despliega un amplio movimiento comercial: ferreterías, supermercados, granizados, crispetas, chunchirria, arepas de queso, guarapo... entre otros locales de venta formal y vendedores ambulantes. Pese a la hora (9:30am), se halla un flujo importante de personas, lo cual agita el proceso de oferta y demanda del sector.

El parque de Belén se destaca por la arquitectura tradicional de los municipios antioqueños: los árboles, la fuente en el centro, las bancas de madera, las farolas clásicas, los palomares, el templo que se impone y, por supuesto, el monumento al ‘Libertador’ Simón Bolívar. Los ancianos, que en su gran mayoría se mueven en el lugar, continúan la costumbre de determinar en el parque un punto de encuentro con sus amigos, tomar un café, fumar un habano, leer el periódico, jugar dominó o hacer lustrar sus zapatos. Este atávico sitio de Medellín es una fiel muestra de la cultura paisa ancestral.

La caminata deja el parque y continúa su itinerario por toda la carrera 76. Esta vía, doble calzada, arteria importante de la comuna, une los barrios del norte con los del sur. Hay muy poca afluencia de personas, locales comerciales  y no circulan muchos vehículos esta autopista que conecta los barrios San Bernardo, Las Playas y Loma de los Bernal;  además de algunos puntos referenciales como la Unidad Hospitalaria de Belén, la Institución Educativa Yermo y Parres, el colegio San Juan Bosco, la quebrada Altavista, la Clínica Saludcooop, el Parque Biblioteca Belén, el Instituto San Carlos y el colegio La Inmaculada; la gran mayoría ubicados hacia el occidente de la ruta.

De la carrera 76, nos desviamos hacia la avenida Ochenta, el paisaje se va tornando más verde, pequeños parques, unidades residenciales, jardines y sitios comerciales reconocidos como el Granvía y McDonald’s, pertenecientes a los barrios Loma de los Bernal, Diego Echavarría y La Mota. Entre este barrio y Loma de los Bernal se encuentra El Rincón, donde se nota un contraste en el ambiente, hablando de la parte estética, a medida en que se empina el sector, las residencias se tornan más turbadas y rústicas, llegando hasta la zona periférica de la ciudad.

Belén es la comuna más extensa de Medellín, por lo tanto, existen contrastes sociales, culturales y estéticos que se denotan en tan solo una parte de zona recorrida (desde el parque, la 76, hasta La Mota, donde finaliza el recorrido). *Pese a estar en un lugar exclusivo, no dejo de encontrar los carritos de sombrillas que venden frutas, compro una refrescante sandía y de nuevo a la universidad…*

@mario_srz