“¡Pasalo, pasalo!, ¡solo,
solo!, ¡haceme famoso!, ¡GOLAZO…!” eran los pregones del fútbol que declamaba
con mis amigos en las calles de mi barrio en el municipio de San Carlos, sin
camiseta, con los pies negros, el balón descuerado del amigo que vivía al
frente de mi casa, las líneas de barro que demarcaban la cancha y, por
supuesto, las piedras que hacían de portería.
Quizá suene loco, ya
no es normal que un adulto se “tire esas gracias”, pero nada mejor que recordar
los maravillosos momentos de la etapa más feliz de la vida, con mis amigos del barrio,
ya gorditos y peludos, aquellos que fueron testigos de tantas risas, peleas,
romances y travesuras. Con ellos quise aprovechar la recesión de Semana Santa para
revivir, aunque sea por unos minutos, las emociones que brinda el fútbol
callejero.
Vemos
más angosta la cuadra, hay carros parqueados en toda la calle, por lo que se nos hace
difícil encontrar un espacio para jugar, nos quitamos las camisetas, algunos
los zapatos, buscamos piedras planas para armar las porterías mientras somos
observados por los niños del barrio quienes se unen a la actividad. Ya todo
está listo, hacemos el duelo “pico botella” para elegir quiénes harán parte de
cada equipo, pero… he ahí el problema de siempre, el número de jugadores entre
todos es impar, hay que dejar a uno por fuera y que entre “al gol”.
Comenzar el partido
se hace difícil por la cantidad de carros que circulan por la calle en esta
temporada, pero con todo y tantas dilaciones el partido arranca, el equipo perdedor
paga la gaseosa. El primer balón al arco termina en la farola de un carro,
suena el espantoso sonido de la alarma y con ella sale vecino por el balcón a reclamar: “¡qué
pasa pues con el carrito, ya están viejos y me imagino que tendrán billetera!”.
Entre carcajadas seguimos jugando, no tenemos ni idea del marcador del partido,
pues ya pasamos de la docena de goles y perdimos la cuenta.
Otro de los balones
termina en las nalgas de doña Blanca, creo que no es la primera vez que pasa,
la señora amenaza con no devolvernos la pelota, pero después se ríe y la arroja
con fuerza a uno de mis compañeros. El juego sigue en marcha, algunos se cansan
y desisten, cuando pasa esto se recurre a la regla de “al gol gana”, vuelve la
euforia y con ella las ansias del gol de la victoria, yo quería brillar y, eran
tantas mis ganas de marcar, que el balón termina de nuevo golpeando el mismo
carro, esta vez en el parabrisas, vuelve el sonido infernal de la alarma, lo
cual indica que el partido ha terminado y, por tanto, debemos correr antes de
que salga el señor a vaciar su chorro de insultos.
Entre eternas
risotadas, agotados, sudados y con los pies embetunados de polvo nos
despedimos, fue un empate con sabor a victoria y con la hermosa sensación de
haber rememorado tantas anécdotas alrededor de una vieja pelota de cuero.
@mario_srz
No hay comentarios:
Publicar un comentario